FacTor CoMún
- Marcelie
- 25 mar 2016
- 3 Min. de lectura

He pensado en la circunstancia común que me une a las abuelas, tras diferencias de años y varias generaciones en medio, compartimos el hecho de que a ellas y a mí, se nos adelantó un hijo pequeño en el camino a la vida eterna.
Mi abuelita Arcelia que partió de este mundo hace 11 años, sufrió la pérdida de su primera hija, que tan solo con 20 días de existencia fue llamada por Dios a compartir su reino de amor. Me contaba mi abuela, en aquellas tarde de escuchar sus relatos y con su mirada marcada por la trsiteza viajaba al pasado, refiriendome que la llamó María y que había heredado sus ojos, tan azules como el cielo. Ninguno en su descendecia repitio esta caracteristica.
Mi abue, con tan solo 19 años debió enfrentar ese dolor sin anestesia. No obstante tuvo otros siete hijos…
La abuelita Sofía que actualmente tiene 96 años de edad es la abuela paterna de mi esposo, es una abuelita muy valiente (característica común de todas la abuelas), a los 92 años publicó el libro de su vida, en él nos relata algunas de sus curiosas vivencias.
El mensaje que deja ella en esta publicación, es la reflexión que ha hecho en este último tiempo de su vida, en el que lleva esperando a la huesuda (como le llama a la muerte) y es el nombre que dio al libro “un instante en la eternidad” porque así describe nuestro paso por esta vida, como un instante frente a la eternidad que nos espera.
Jorge Víctor su segundo hijo, mas mencionado por ella como el “negrito” como le llama cariñosamente falleció a los dos años de edad. Con el transcurrir de los años, sus hijos y nietos percibieron la marca que lleva en su corazón por este hecho transcendental de su vida, ya que empezaron a notar su dolor cuando ella lo mencionaba. La abuelita Sofía tuvo en total 11 hijos.
Mi reflexión sobre estas vivencias de las abuelas, teniendo en cuenta que pertenecen a la generación de principios del siglo 20, es como estas señoras guerreras de la vida, luchadoras y consagradas en cuerpo y mente a sus hogares, no fueron “consideradas” por así decirlo en su perdida, la vida misma les puso casi de modo obligatorio el continuar su lucha en esta existencia, como si la muerte de los hijos en aquellas épocas, fueran hechos cotidianos que debían ser aceptados con normalidad.
Les toco experimentar su perdida, en silencio, en soledad, con la tristeza encerrada dentro de su corazón, sin importar si aquello había partido su vida misma en mil pedazos. En otras palabras no pudieron tener el espacio para elaborar su duelo, como se le llama actualmente desde la psicología al proceso de aceptar la partida de un ser querido o lo hicieron como pudieron, escondiendo muy dentro su agonía por el resto de su existencia.
Y así con el paso de los años, lucharon y continúan luchando cada día que les fue y es regalado, sacaron su familia adelante, pusieron cara alegre al mundo como pudieron. Lo que quiero rescatar de esta reflexión de la vida de las abuelas, es que a pesar de haber llevado esta marca en sus corazones de por vida, nos han dado a cada uno de los miembros de sus familias, valiosos ejemplos de valor y gallardía, pero sobre todo llenaron nuestros días de dulce amor. Gracias abuelitas por seguir siendo luz para mi vida, aun en estos episodios no tan comprendidos de la existencia. Un ejemplo que me motiva a tomar fuerzas para seguir, a pesar del dolor que hoy siento por la ausencia de mi pequeño Martín.
En homenaje a los pequeños niños María, Jorge Víctor y Juan Martín que hoy comparten risas mientras juegan sus rondas infantiles en el glorioso cielo.
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